La presa & el lobo.

Húmedas, frías, aisladas de la escuela... pudiese ser que las cámaras estuviesen dentro de la propia academia pero sin lugar a dudas eran diferentes al resto de la escuela. Sus pasos sonaban pegajosos y es que la suela de los lustrosos zapatos que portaba quedaban adheridos al suelo sin aparente y lógica razón. Sabía, pese a la oscuridad que se trataba de... Sangre. Podía olerla. Podía sentir la putrefacción de ése río rojo bajo él.

Caminó raudo. Su presa, debía estar por allí no muy lejos... Y sí, estaba jugando al gato y al ratón. Y por allí, no muy lejos, había perdido su pequeño y adorable ratón... Aun que normalmente se comportaba como un gato. Estaba allí, lo había visto entrar de manera despavorida y lo peor era que de seguir jugando así se tomaría en serio la... cacería.

- Venga, sé que estás aquí... - Habló con cuidado y suavidad, con un filoso tono de advertencía. Se enfadaría si no se dejaba ver.

Deslizó sus alargados dedos por uno de los muros y descubrió que incluso estos estaban húmedos. ¿Sangre?. No, posiblemente fuera la humedad de la zona pues no era pegajoso ni olía a putrefacción. El pequeño eco provocado por la caída de Tooru le hizo esbozar una grotesca y para nada disimulada sonrisa; Había caído. Oh... ¿Le habría visto tal vez alimentarse del alumno caído en desgracia?. Quizá había visto únicamente el cuerpo inerte de ese rubio del que se hubo servido minutos atrás...

Labios, cuello y gran parte de su camisa escolar estaban cubiertos por una gran mancha escarlata, indicando lo único que había ocultado hasta ahora a Tooru... Su verdadera procedencia. Pronto se postró frente al menor, pero no se molestó en agazaparse o tenderle una mano.

- ¿Me tienes miedo? – Vocifeó, soltando una lúgubre sonrisa.

Patético. Ver cómo uno de sus elegidos se arrastraba por el suelo se le hizo una visión totalmente patética y degradante... Pero no olvidaba de quién se trataba. Quizás, si hubiera sido otro ya hubiese terminado cómo aquel rubio, quizá... Se relamió los labios, apartándose de éstos la sangre que aún tenía adherida. - ¿No sabes quién soy? – Su voz se tornó débil, suave. ¿En serio no era capaz de distinguirle?. Alzó lentamente una pierna y piso la zona dónde el menor se había hecho el esguince y apretó, sabiendo que ése gesto dolería.

Sonrió de manera filosa y alarmante, tanto fue así que aún sus descubiertos colmillos relucieron bajo la tenue luz que confortaba el pasillo abandonado del centro. – Aquí si gritas no te escuchan... – Susurró en un tono meloso y tenue. Aplacando con mayor voracidad el torcido pie contrario bajo la suela de su propio zapato, asegurándose que aquello le dolería.

Estaba fuera de control. Quería más, unos litros de sangre no habían sido suficientes para saciar la sed que le atormentaba desde hacía semanas. Un niño había muerto y no sentía satisfacción, no era cómo anteriormente... Más. Necesitaba más. Cuando le escuchó pronunciar su nombre volvió a sonreír cómo lo hacía normalmente; Dulce, suave. Pero claramente sus ojos indicaban que no iba a ser benevolente.

- ¿Por qué debería yo hacerlo...? – Aseguró su pie contra la lastimada pierna de su asustadizo lobezno y le miró desde arriba. Permanecía con los labios abiertos, mostrando así las agudas dos fauces que claramente no se encontrarían en boca de un humano. Y con ello, se agachó lentamente, muy lentamente. De ése modo quedó entre las piernas de Tooru y olfateó con descaro su lastimada pierna para ir subiendo por el muslo y detenerse en su vientre, lugar dónde aspiró con fuerza. Sangre fresca mezclada con el claro olor a putrefacción... Se relamió los labios, tentándose a dar el primer mordisco.

Podía haberse incrustado allí mismo; En su estomago. Haber succionado directamente de sus vísceras, haberse saciado desde ése lugar sin necesidad de siquiera volver a moverse antes de alimentarse, pero sus instintos eran más agudos que el sentido común y por ello enervó su ensangrentado cuerpo para buscar la curvatura que ofrecía todo cuello humano.

Olió su miedo, su desesperación y sus ojos ahora cubiertos por un velo de carmín apuntaron en dirección al rostro de ése que estaba bajo él. Pálido, lastimado. Bajó peligrosamente el rostro y dejó que su lengua retirase a lametones desesperados la sangre que yacía impregnada sobre la pálida piel del menor pero en todo momento evadió el encontrarse con sus labios.

- T-tooru... – Logró articular ése nombre con todas las fuerzas humanas que restaban en él, pero no era suficiente aún. Necesitaba esa sangre.

Quería de una vez hincar sus sobresalientes fauces en aquel cuello que parecía exponerse a él, matarle de una, dejarle sin el líquido vital que todo humano precisa para subsistir. Pero era... Era Tooru. El único y estupido criajo que entre todos en la escuela y por más que quisiera, no hubiera podido eliminar. Su cuerpo entero tembló ante los claros intentos de autocontrol que parecían no funcionar; No era fácil volver en si con ése aroma metálico pegarse a sus fosas nasales invitándole a un no muy lejano festín. Observó su sonrisa, su gesto... Su maldita dulzura.

Estaba seguro que el humano entendía que iba a morir, y de todos modos... Le sonreía. A él. Un monstruo escondido entre los infortuitos pasillos de la academia. Encaró el rostro contra el blanco cuello de su victima y aspiró su aroma. No podía detenerse, pero quizá si podía no dar muerte. Trazó una línea recta de saliva sobre el cuello de aquel que era su lobo, humedeciéndolo claro con su lengua, preparando el terreno por el cual pronto rasgaría la piel.

Su cuerpo entero se tensó, dejó incluso de temblar. Era extraño. Sus victimas por lo general le empujaban, le golpeaban, había quienes incluso habían llegado a arañarle. Pero hasta ahora nadie le había abrazado e invitado de ése modo al festín. ¿Todo en él debía ser siempre indiferente?. Cuando quedó totalmente rodeado por los delgados brazos del alumno su rostro se presionó contra su cuello y respiró de manera alterada contra aquella zona que anteriormente había llenado de saliva para clavarse allí, para robarle la vida... No. Se mordió a si mismo los labios, impidiendo que su parte vampirica dominase la humana/demoníaca que restaba en él.

Sus manos se apoyaron contra el suelo, justo a los lados dónde Tooru tenía apoyada la cabeza y sus dedos se crisparon débilmente sobre la ensangrentada superficie, dándole el espacio necesario para escapar de bajo su cuerpo. – Vete... – Susurró en voz temblorosa y claramente contenida.

No fue que el abrazo se hiciera más delicado lo que le alertó de que Tooru estaba desfalleciendo si no el cambio de sonoridad de sus constantes; Su parte vampirica se basaba en los fluidos de su presa y ahora estos eran increíblemente débiles. No entendió eso si la razón de sus disculpas hasta que no fue testigo de cómo se desmayaba frente a él, allí, tendido en ése mar de sangre y con todo el cuerpo postrado contra el suelo.

Crispó suavemente su expresión, su cuerpo volvió a emitir una sacudida profunda y rotunda; No. No podía hacerle daño. No DEBÍA hacerle nada. Se contuvo y así fue cómo bajo el rostro para unir sus labios con los del más pequeño. Sí... Sólo se bastaría de un poco de ése calor humano para volver en sí; Y así fue. Sus ojos teñidos en un lúgubre carmín volvieron a retomar su color olivaceo. Esto quedaría en secreto. Nadie más debía saber quién era su debilidad... Ése patético humano, quién lo diría.

{[ Tema cerrado.
~ Sigue en la enfermería. ~ ]}